Los llanos orientales de Colombia se
han caracterizado por ser territorios dedicados a la ganadería extensiva, que
es contar con el territorio suficiente para la cría en libertad de ganado
vacuno. Antiguamente en Casanare se manejaba ganado criollo de la raza
“casanareño”, que tenía características de adaptación especiales para la sabana
inundable. El territorio para la ganadería extensiva debía contar con grandes
extensiones de sabana con pastos naturales y fuentes de agua que permitieran la
cría y el levante de estos animales para su posterior comercialización.
Vaqueros llevando el ganado para el trabajo de llano. Foto: Lucía Córdoba Prieto |
Hace más de 100 años en los llanos la
tierra no tenía valor, el valor lo daba el ganado bovino. La medición que
hacían era que a cada res le correspondía una hectárea de tierra, por tanto, la
tenencia de la tierra estaba dada por el primero que marcara la oreja y pusiera
el hierro caliente con su símbolo en el muslo de la res o del caballo, (cada
hato o familia tiene un símbolo característico con el que marcan su ganado).
Ganado del Hato La Charanga en Orocué. Foto: Lucía Córdoba |
El control se ejercía bajo la
conocida “Ley del llano” que era algo así como un acuerdo que realizaron los
llaneros antiguos para hacerse dueños del ganado libre de marcas que se
encontraba en las sabanas y que no pertenecían a nadie. Este tipo de ganado lo
llamaban “cachilapos” y el primero que los enlazara y los marcaba se quedaba
con el animal y la tierra que le correspondía; fue así que se fueron formando
los hatos ganaderos. Un hato es una extensión de tierra que tiene más de mil
cabezas de ganado y por ende más de 1000 hectáreas de tierra.
Para esa época se formaron hatos de
hasta 300 mil hectáreas, por lo que controlar, marcar y vacunar el ganado conllevaba
un trabajo de meses que consistía en recoger todas las reses que pastaban en la
sabana una o dos veces al año. Teniendo en cuenta que el número de animales podía
ser de hasta 250 mil cabezas, se contrataban vaqueros que debían moverse por
todo el territorio arriando el ganado hasta los embarcaderos de los hatos para
realizar las labores correspondientes a la ganadería; estas travesías podían
durar meses y debían enfrentarse a diferentes retos a lomo de un caballo.
¿Recuerdan la historia de la familia
Zambrano? Para los años 1920 el primer Gerardo era uno de los terratenientes y ganaderos
más reconocidos de la época ya que poseía grandes extensiones de tierra que
iban desde el municipio de Nunchía hasta Orocué y movilizaba ganado por toda
esa zona con sus llaneros. En una entrada anterior de este blog hablamos del
hato “El Encanto” en el municipio de San Luis de Palenque; hoy hablaremos del
hato “La Charanga”, situado en el municipio de Orocué en Casanare. Ésta es la
tierra de la gran obra literaria “La Vorágine”, de José Eustacio Ribera y también
la cuna de la tradición oral del llano, donde muchas de las leyendas y mitos
llaneros se originaron.
Mapa del territorio Zambranero en el año 1920, por donde debían cruzar los vaqueros con el ganado. |
El hato “La Charanga” fue adquirido
por el primer Gerardo Zambrano “El Fundador”. Él decidió comprar las tierras
del río Duya en la época en la que estalla la primera guerra mundial; en esa
época vivían muchos europeos en la zona del Duya que se dedicaban al comercio
de plumas, animales, caucho y sarrapio.
Llanero del trabajo de llano del Hato La Charanga. |
En ese momento a todos los alemanes
que permanecían en otros países les llamaron para combatir por su país en la
guerra; esto permitió que las tierras que ocupaban en Casanare fueran vendidas
a bajo costo y don Gerardo aprovechó la situación y adquirió esas tierras
aumentando su territorio.
La Charanga, nombre que recibe el
predio desde la tenencia del alemán, abarcaba un territorio de más de 40 mil
hectáreas en lo que hoy es la reserva indígena Sáliva de San Juanito, la vereda
La Esmeralda Oriental y la laguna de Paravare hasta las costas del río Meta en
Orocué.
Este hato se componía de 3 fundos y
la casa principal (un fundo es una subdivisión de un hato). Uno de los fundos
era también llamado “El Encanto”, que quedaba sobre las orillas del río Meta, el
otro “Morrocotas”, cerca del río Duya, que desemboca en el río Meta y por
último el fundo “Buena Vista” que es donde inician los límites con el hato “La
Guarda”.
Esos fundos se conservaron hasta que
el primer Gerardo decide entregar parte del territorio de “El Encanto” a su hijo
natural Alberto Burgos, quien manejó sus tierras de manera separada al resto. En
el año 1992, cuando el primer Gerardo fallece, se divide el resto de los fundos
en 6 predios que fueron entregados a los 6 hijos restantes. De estos predios aún
se conservan como tierras “zambraneras” el hato “Buena Vista”, el hato “Los
Sarrapios”, que hereda la señora Carmen Mariela Zambrano, el hato “La Palmita”,
que es el predio de la señora Marta Zambrano y por último el hato “La Charanga”,
que le fue entregado al segundo Gerardo de la familia Zambrano, don Gerardo
Zambrano Guío “El Patriarca”, y que aún conserva la casa original.
Aunque la mayoría de herederos aún
vive, el manejo de estos predios lo realizan sus hijos. Tal es el caso de “Los
Sarrapios”, que lo maneja don Juan Carlos Vargas, hijo de la señora Carmen
Mariela Zambrano y “La Charanga”, que la maneja el tercer Gerardo, don Carlos
Gerardo Zambrano, el hijo del “Patriarca”.
Llanero Sáliva del trabajo de llano del Hato La Charanga. |
En estos hatos aún se realiza el
trabajo de llano como se realizaba en épocas antiguas. Los vaqueros, llaneros e
indígenas Sálivas que actualmente realizan los trabajos ganaderos son los
descendientes de las familias que trabajaron para el primer Gerardo y
adquirieron los conocimientos del llano de sus padres y abuelos.
Las tierras “Zambraneras” de Orocué,
a diferencia con los predios de “El Encanto de Guanapalo”, en San Luis de
Palenque, guardan aún la esencia del llano antiguo. Tanto la casa del hato
principal como los pastos y tipo de ganado marcan la diferencia. Pero llegar allí
es complicado. Desde Yopal (capital de Casanare), son 3 horas por carretera
pavimentada y casi 6 horas más de camino por una carretera sin asfaltar. Antes
de llegar a Orocué se encuentra a mano derecha un desvío de la carretera
principal que transcurre entre los resguardos indígenas y en el que se pueden
observar unos paisajes increíbles. Allí, en el hato “La Charanga”, fue
donde tuve la fortuna de presenciar un trabajo de llano real, de esos que se
hacían hace 100 años y donde conocí llaneros pata al suelo e indígenas Sáliva
como sacados de una película de época.
Cuando llegué los llaneros ya
llevaban unos cuantos días en la sabana recogiendo el ganado. Los días de
recogida del ganado dependen de la cantidad de animales, de lo
bravos que son y de lo mañosas que pueden ser las reses, ya que muchas se
esconden entre las matas de monte siendo muy difícil dominarlas para unirlas a
las demás; el ganado de Orocué es difícil ya que aún guardan el cruce con la
raza criolla Casanareña y a diferencia de otros hatos a estos animales no se
les topizan o liman los cachos.
Al llegar a la casa solo
estaban las mujeres de la casa preparando la comida y la bebida para los
vaqueros que llegarían con el ganado, casi 7 mil reses de todos los
predios Zambraneros de Orocué.
Me recibió Marleny o “La Negrita”,
como le decimos cariñosamente, con un delicioso café cerrero; ella es la esposa
del mensual del hato “La Charanga” y quien se encarga del cuidado de la casa,
de la comida en general, del cuidado de 3 hijos maravillosos y también se le
mide a otras labores de llano como inmovilizar cachilapos, marcar y limpiar el
ganado; una llanera en todo el sentido de la palabra.
La Guata del Pauto y Marleny "La Negrita" en la casa del Hato La Charanga. |
La labor de las mujeres es muy
importante para las jornadas de trabajo, ya que la gastronomía es fundamental
puesto que deben alimentar a más de 40 personas en turnos de mañana, tarde y
noche para que puedan mantener la fuerza suficiente, para realizar las labores
de la ganadería que requieren de mucha energía. Son unas verdaderas “chef’s” y
conocen a la perfección los cortes de la carne de res, del marrano cerrero o
los peces de río; saben los platos que pueden preparar con cada una de ellos
según el momento del trabajo de llano en el que se encuentren, y absolutamente nada
les queda mal, su comida es una verdadera delicia.
Llaneros con el ganado en el corral para iniciar el trabajo de llano. Foto: Lucía Córdoba. |
La llegada de los vaqueros con el
ganado es todo un espectáculo, llegan en sus caballos guiando a cientos de
reses hasta el corral donde los dividen por potreros; las vacas a un lado, los
mautes, que son animales de 1 o 2 años
con un peso aproximado de 100 a 200 kg, en otro, los toros de reproducción y
los becerros en otros potreros diferentes. Igualmente, los llaneros se dividen
por cuadrillas, también por potreros y se encargan de revisar a los animales.
En cada uno de los potreros se identifican
a las hembras preñadas, a los mautes que deben ser castrados para el engorde, a
los que van para cría y se eligen a los próximos reproductores. Identifican entre los becerros a los cachilapos
y los separan de los que ya están marcados, las reses que se encuentran enfermas
o con fracturas se llevan a un potrero diferente cerca a la casa del hato y
allí son vigilados y tratados por los veterinarios.
Don Eugenio rezando el ganado. Foto: Lucía Córdoba |
En algunos casos los llaneros más
sabios o los indígenas los rezan mirándolos fijamente y entonando una oración de
sanación. Este rezo es bien particular. Tuve la oportunidad de ver como lo
hacía “Porremono”, un indígena Sáliva que trabaja como vaquero en los trabajos de llano en los hatos
Zambraneros de Orocué. Nunca supe su nombre real (y eso que tuvimos nuestra
historia con un sombrero, historia que contaré en la próxima entrada); al
parecer dentro de la “ley del llano” hay un capítulo dedicado a los apodos y al
arte de burlarse de sí mismos sin entrar en contradicciones y ofensas, siempre lo hacen con cariño; todos
los llaneros tienen un apodo y es por el que se les conoce y en muchas
ocasiones con el que se presentan, de todos los llaneros que conocí a muchos nunca
les supe el nombre real.
"Porremono" en el corral de trabajo de llano. Foto: Lucía Córdoba |
A “Porremono” lo llamaban así porque
tenía la porra (la cabeza) como la de un mono; a otro lo llamaban “Chapo” por
ser un hombre bajo. Otros ejemplos son “El Loco”, “El Pato” (por caminar cojo),”
Careñame”, por ser blanco como la yuca. El más trágico que alguna vez escuché es
el apodo de “Neguvón” porque alguna vez el llanero en cuestión intentó
suicidarse por un mal de amores tomando Neguvón, que es un medicamento
antiparasitario para el ganado.
Al caer el sol se termina la
identificación y separación de los animales que quedan en los potreros durante
la noche; las mujeres y los hombres se retiran a la casa del hato a cenar
mientras cuentan sus historias del día, ríen y se hacen chistes entre ellos. Antes
de irse a dormir se toman su guarapito (bebida alcohólica artesanal hecha con
panela), contando historias de miedo entre mitos y leyendas, y cantan canciones
llaneras acompañadas del sonido de las cuerdas de un cuatro. Todo un momento
inolvidable para una guata como yo.
Al siguiente día la levantada es bien
temprano en la mañana. Sobre las 4 a.m. los
trabajadores tan sólo se toman un tinto bien cargado y unas arepuelas, aperan
sus caballos, los montan y salen como siempre “pata al suelo” hacia el corral a
iniciar la jornada más larga y difícil de todas. En esta ocasión yo los
acompaño con mis botas de caucho pantaneras y disfrazada de llanera (camisa a
cuadros, poncho y sombrero). Mi “palco” era el VIP sobre las maderas al final
de la manga principal, que era el mejor lugar para hacerles foto y ver en
primer plano todas las actividades de la jornada. Lo que yo no sabía era lo
peligroso del lugar que había escogido y por eso los llaneros se sonreían entre
ellos al verme sentada ahí, pero yo me sentía como la más llanera de todos.
Llanero aperando su caballo para iniciar la jornada de trabajo de llano. Foto: Lucía Córdoba. |
Por potreros van llevando el ganado
al coso o embarcadero donde las reses esperan antes de entrar a la manga o
embudo. En la manga los llaneros se organizan del siguiente modo: Dos son
encargados del paso de los animales, otros dos son los tranqueros, que son los encargados
de trancar o retener al animal con palos gruesos por delante y por des. Una vez
inmovilizado otros 3 llaneros se encargan de bañar al animal con un líquido
antiparasitario y vacunarlo; el animal recibe 2 ó 3 pinchazos de jeringuillas
llenas de vacunas dependiendo de si es hembra o macho. Según la vacuna suministrada
hacen un corte o ponen una marca en la oreja de la res para poder identificar
que ya la recibió y sale nuevamente a la libertad. Esta operación no dura más
de 7 a 8 minutos por animal, que pueden ser muy peligrosos dependiendo del
tamaño y agresividad de la res.
Mautes pasando por la manga de vacunación. Foto: Lucía Córdoba |
La jornada la iniciaron con los
mautes más pequeños, por lo cual el espectáculo era más llevadero. Sin embargo,
cuando tocó el turno de los toros reproductores, el día se tornó más peligroso,
sobre todo en el lugar VIP en el que esta guata se encontraba. En cuestión de
minutos vi sobresalir desde el otro extremo de la manga el lomo de dos toros gigantes
y los cachos puntudos y afilados que se salían de la parte alta de las maderas.
Estos animales agitados y estresados se movían salvajemente dentro de la manga
haciendo que todas las barandillas de madera (en las que yo me encontraba
sentada) se movieran bruscamente, impidiéndome tomar fotografías.
De repente, al
mirar hacia atrás encontré uno de esos cachos casi rozando mi espalda, y de un
solo salto me lancé al corral sin percatarme de que las reses que allí se
encontraban eran las que acababan de vacunar, por lo que no se encontraban de muy
buen humor. Como pude corrí hacia uno de los huecos que se forman entre las
maderas del corral y logré salir sin una bota (la otra se quedó enterrada en la
barro), blanca como una hoja, sudando a chorros y con un temblor en todo el
cuerpo que no podía controlar.
La guata tomándose selfies edurante el trabajo de llano desde las tablas de la manga. |
Como era de esperarse, los llaneros
me miraban con el rabillo de los ojos y se sonreían; yo, muy asustada, ya no
volví a subir a la manga y me quede sentadita en las afueras del corral viendo
todo desde lejos; una a una fueron pasando las reses por la manga hasta que el
sol se ocultó, lo que indica el final de la jornada de trabajo, momento en que nuevamente
los trabajadores se retiraron dejando en los potreros al ganado que no había
alcanzado a pasar; se dirigieron a la casa del hato a cenar y como de costumbre
a contar las anécdotas del día, entre ésas la del susto que se llevó la guata
con los toros. Entre risas me decían que no entendían mi reacción con ese
vestuario tan llanero que llevaba, que pensaban que era toda una llanera desde
que tuve el valor de sentarme en ese lado de la manga y que me faltaba el
cuchillo en el cinto para defenderme de las bestias.
Vaqueros posando para la foto. |
Al siguiente día de nuevo a las 4 a.m. nos dispusimos todos a volver al corral a terminar el trabajo del día anterior. Don Eugenio, el capataz del hato, me estaba buscando para pedirme el favor de tomarles a los trabajadores una foto en el corral de los caballos. Los que quisieron tomarse la foto se arreglaron y posaron para la cámara al frente de sus compañeros equinos; estaban felices con el hecho de que alguien les tomara fotos en pleno trabajo de llano, así que ese día estuvieron más posudos que nunca y capturé con mi cámara las imágenes más bonitas de llaneros que he podido tomar.
Ese día iba a ser diferente. Se terminaría de vacunar a los animales que faltaban, se marcarían con el hierro caliente a los cachilapos y se castrarían los mautes que iban para engorde. Un día que para mí iba a ser difícil, agotador y tormentoso pensando en el dolor y sufrimiento de esos animales, pero ahí estaba, haciéndome la fuerte y en frente del corral con mi cámara fotográfica.
Marcada de cachilapos con el hierro ardiente. Fotos: Lucía Córdoba. |
Vaqueros llevando al becerro ya marcado a la libertad. Foto: Lucía Córdoba. |
La marcación con el hierro no dura
más de 10 minutos por becerro y les ocurre una sola vez en su vida. Si no se
marcaran quedarían como cachilapos y como presa fácil para los delincuentes que
se dedican al abigeato (robo de ganado) y su futuro podría ser toda una tortura.
Aunque existe mucha polémica actualmente por el uso de la marcación con hierros
calientes, es una tradición que cuenta la historia de un pueblo; yo que soy
animalista y estoy en contra del maltrato animal, puedo dar fe que en estas
jornadas lo primero es el bienestar de la res. Tal vez sufren por diez minutos,
pero tienen toda una vida de libertad corriendo y pastando por sabanas
naturales, tomando agua limpia y siendo la parte principal del paisaje de las
sabanas inundables.
Ganado Vacunado, bañado, desinfectado después del trabajo de llano. |
Algunos de ellos después de haber
vivido una vida feliz y en libertad terminarán siendo el alimento de otros. Como
todo en la naturaleza, el ciclo normal de la vida, lo que conocemos como la
cadena alimenticia. Lo importante de todo esto es que la ganadería extensiva
que se realiza en los llanos orientales de Colombia ha sido y es un factor
clave para la salvaguarda y conservación del material genético de plantas y
animales de la Orinoquía. Varios estudios concluyen que es una práctica que
permite la conservación de ecosistemas muy importantes para el país y
demuestran que la ganadería sí puede realizarse de manera sostenible
compartiendo el territorio con las demás especies animales y vegetales.
Cuando coma carne de res pregúntese ¿De
dónde viene?, ¿Qué vida llevó ese animal?, ¿Cómo fue criado? Y si ésta proviene
del Casanare, del Arauca, del Vichada o del llano adentro del Meta, esté seguro
de que está comiendo carne de un animal que fue libre y feliz. Alimentado con
pastos naturales y aguas limpias, que su vida permitió la conservación de
especies de fauna silvestre y la preservación de ecosistemas como el de la
sabana inundable que le aporta un alto contenido de oxígeno al planeta.
Las tradiciones culturales son un valor inconmensurable con la que cuenta nuestro país; somos afortunados de conservar con estas tradiciones no sólo la biodiversidad sino la historia de nuestras raíces.
Foto con todos los vaqueros que participaron del trabajo de llano en el Hato La Charanga. |
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