lunes, 11 de mayo de 2020

LA HISTORIA DE MI SOMBRERO

A un llanero que se respete no le puede faltar un sombrero, es una prenda de vestir imprescindible, pueden salir desnudos, pero con un sombrero bien puesto. 


"Porremono" con su sombrero marcado con el símbolo del hierro de la familia Zambrano Guío, "El Botón"

Existen sombreros para cada ocasión: El veguero de ala caída para trabajar en las zonas de vega y proteger el cuello del sol, el sombrero elegante borsalino o peloeguama para eventos especiales, el de marca americana “Stetson”, que es el más costoso y se usa para ir de parrando, salir al pueblo, asistir a reuniones importantes o conquistar a alguien, y el más importante de todos, el de trabajo, por lo general un sombrero descolorido, trajinado, manchado por el sol y con la horma desajustada del agua de lluvia que ha tenido que soportar, en las largas jornadas de trabajo en época de invierno.


Llanero con su sombrero de trabajo.

El sombrero de trabajo es un sombrero eterno. Les cuesta mucho desprenderse de él, porque ha sido su compañero de faenas llaneras, de largas travesías por la sabana, de nados eternos entre los ríos, de parrandos improvisados en las noches de trabajo de llano. Es su escudo ante los peligros, su confidente en las noches de soledad, los acompaña en el primer café de la mañana y en el último de la tarde, tiene impregnado en su fieltro la historia de un llanero recio, como diría el Cachi Ortegón de un llanero hecho de llano. 


¡Ay, si esos sombreros hablaran, la de historias que nos contarían!

Don Eugenio y su nieto listos para el trabajo de llano.

Hay un dicho muy sentido en el llano y es el de desconfiar de quien jamás use un sombrero. En el llano de Colombia y Venezuela esto es casi una ley. Un llanero tiene por lo menos dos sombreros, el de trabajo y el elegante; este último puede ser muy costoso y es muy probable que muchos llaneros inviertan los ahorros de unos cuantos jornales de trabajo para conseguir uno. Un peloeguama de fieltro fino puede costar entre 500 mil y 800 mil pesos colombianos y un Stetson tejano no baja del millón de pesos; como dice el refrán “de pata al suelo, pero con sombrero caro”.


Sólo se lo quitan para saludar, comer o dormir. Cuando rezan lo abrazan a su pecho, cuando llegan a descansar lo cuelgan (preferiblemente usando un cacho de ganado como gancho). Si están en un recinto cerrado lo ponen a descansar junto a ellos, si tienen sed y encuentran un estero lo usan como recipiente para beber. Un llanero sin sombrero y sin caballo no es llanero; como dice Alejandro Wills en su famosa canción “Sobre mi caballo yo, y sobre yo, mi sombrero”. 


Llaneros con sus sombreros de trabajo.

Los sombreros llegaron hace más de cien años desde Europa, entraban por el río Orinoco hasta el Meta y se comercializaban en Orocué. Las fábricas de sombreros europeas como la Hückel, la misma que fabrica los tradicionales sombreros negros que usan los judíos ortodoxos, eran quienes fabricaban los sombreros llaneros que se impusieron en las sabanas inundables de Colombia y Venezuela, luego llegó la influencia del sombrero de cowboy norteamericano.


Se dice que la vida de este tipo de sombreros está por desaparecer, ya que son menos los que llegan desde Europa y los costos son cada vez más elevados; pero empresas colombianas como la fábrica de sombreros Florentino que tiene su sede en Yopal, Casanare, trabajan día a día para que esta prenda de vestir y esa tradición tan importante en el llano perdure en el tiempo. En Florentino se diseñan, fabrican, venden y comercializan sombreros de muy buena calidad, respetando las hormas originales y diseñando modelos nuevos que van a la vanguardia de la moda llanera actual.


La Guata del Pauto y su sombrero verde.

Fue en la fábrica de sombreros Florentino que compré mi primer sombrero, de fieltro verde y ala ancha, lo adorné con una pluma rosada de garza paleta (Platalea ajaja) y otra pluma roja de corocora (Eudocimus ruber), que hacían un bello contraste con el color verde. Ese fue el sombrero que llevé al hato La Charanga en Orocué para mi primera experiencia en un trabajo de llano real.


Cuando llegaron los vaqueros al hato arriando las reses al corral me lo quité para saludar como hacen ellos. Entre los vaqueros iba “Porremono” un indígena Sáliva que trabaja con la familia Zambrano hace muchos años en las tierras de Orocué.


"Porremono" con su sombrero.



“Porremono”, como le llaman cariñosamente por tener la cabeza como la de un mono, es un hombre de contextura media, piel morena, musculoso y con una sonrisa encantadora. Él llevaba un sombrero blanco pero ya grisáceo de tanto trabajo, con manchas amarillas por el sol, la horma desajustada, unos cuantos huecos de tanto uso, unas costuras maltrechas que trataban de cerrar huecos antiguos y adornado por toda la copa con el símbolo del hierro de la familia Zambrano Guío que se llama “El Botón” que representa una flor en capullo, en nacimiento.
A “Porremono” lo acompañaba su hijo Juan Pablo, un pequeñín indígena de no más de 6 años, la versión miniatura del papá. Hablaba a media lengua y estaba en sus primeras lecciones de trabajo de llano con su padre como maestro.


“Porremono” y yo nos miramos tímidamente y durante la jornada me lanzó una que otra miradita picara, yo muy contenta pensé que le había gustado esta guata, pero que va…la verdad era que lo único que le gustaba de mí era mi sombrero.

"Porremono" con su sombrero.

Ya en la tarde, después de unas cuantas miradas “como quien no quiere la cosa”, por fin me habló y me dijo que si le regalaba el sombrero; yo toda una “experta” en el mundo de los negocios le dije que no, que se lo cambiaba por el de él; a lo que me respondió con una negación rotunda y de manera graciosa me dijo, que su sombrero valía mucho y cargaba mucha historia, que necesitaba por lo menos 10 sombreros de los míos para cambiarlos por el de él, sonriendo se fue y así quedo la cosa, por lo menos por ese día.


A la mañana siguiente y con el reflejo de los primeros rayos del sol vi en la mitad de la sabana a “Porremono” con su pequeño hijo, le estaba enseñando a domar un caballo salvaje que habían traído con las reses el día anterior. Desde lejos vi al pequeño Juan Pablo mirando atentamente cada movimiento que hacía su padre con el caballo. “Porremono” se acercaba lentamente al brioso equino, le daba pequeñas palmaditas con el sombrero en las nalgas y le susurraba, prácticamente le cantaba; de vez en cuando el caballo lanzaba una que otra patada y trataba de huir, pero “Porremono” lo atajaba y lo volvía a traer enlazado en otro caballo mientras le seguía hablando y acariciando. Después de mucho tiempo logró ponerle una venda en los ojos e intentó montarlo a puro pelo; uno, dos, tres intentos fallidos hasta que logró agarrarse fuerte de la crin y subió a su lomo; duró apenas unos pocos minutos sobre él antes de salir volando por los aires, después de que el caballo diera una fuerte coz. Después de repetir esta misma actividad dos o tres veces más sin fracturarse ningún hueso dejó al caballo pastando; haría lo mismo por dos semanas todos los días hasta lograr la confianza del animal. 

 

"Porremono" con su sombrero.

De vuelta al hato se dio cuenta que yo lo estaba mirando desde lejos, se acercó y volvió a decirme que le regalara el sombrero, yo le volví a decir que se lo cambiaba, se sonrió y siguió su camino. Más tarde en el corral de enfermería, lo vi sobre las barras de madera con el sombrero abrazado a su pecho y mirando fijamente una res que al parecer estaba enferma de gusanera. Juan Pablo a su lado lo miraba atentamente, mientras “Porremono” repetía en voz baja una oración. Le estaba enseñando al pequeño niño a sanar animales con el poder de los rezos; al terminar volvió a verme observándolo y volvió a pedirme el sombrero regalado. ¿Adivinan qué le respondí yo?


Al tercer día en la mitad de la jornada se acercó a mí y me dijo que lo había estado pensando bastante, que le costaba mucho pero que aceptaba la oferta; yo no lo podía creer, ¡que felicidad! Me quité mi sombrero nuevo, verde, de fieltro, ala ancha y se lo entregué. Él, con una mirada entrecortada se quitó el sombrero de su cabeza y antes de entregármelo lo puso en su pecho, lo observó y me dijo que me entregaba uno de sus objetos más preciados, su compañero de muchos años de trabajo y que recordara que cargaba muchas historias.


La Guata del Pauto con el sombrero de "Porremono"




Con mi nuevo sombrero y una gran sonrisa salí corriendo a contarle a la “negrita” (la esposa de don Albeiro Zambrano, el encargado del hato) que “Porremono” me había hecho el cambio de sombrero, y con tono burlón me dijo: “Hay mi Luci, ahora qué va a decir la esposa de “Porremono” cuando lo vea llegar con un sombrero nuevo que huele a mujer. Ésas mujeres Sáliva son cosa seria y se puede molestar, ¿Qué tal que le haga un rezo o un bebedizo, mi Lucy?” y se echó a reír. 


Más tarde durante el almuerzo, los llaneros no dejaban de hacer comentarios burlones sobre el cambio de sombreros y muchos me decían lo mismo de la mujer de Porremono. Yo quedé asustada, pero traté de tomar la situación de la misma manera que los demás, en burla.



Foto con todos los llaneros, "Porremono" y yo ya habíamos hecho el cambio de sombreros.

Al día siguiente, el domingo 17 de junio de 2018, Colombia jugaba su segundo partido contra Polonia en el mundial de futbol de ese año. Todos estábamos a la expectativa y como en el hato no había televisor, lo estábamos escuchando por la radio, cuando de un momento a otro se corrió la voz de que en una de las casas del resguardo indígena lo iban a ver en el único televisor que tenían, así que todos en el hato corrieron a alistarse para salir a verlo. Yo me puse mi sombrero y me alisté para salir con ellos; cuando me vieron se sonrieron entre todos y me dijeron: “Allá va a estar la esposa de Porremono, yo no me acercaría por allá y menos con ese sombrero. Tenga cuidado cuando esté allá, no le acepte nada de beber a nadie, qué tal que le den un bebedizo solo por el desquite, que esas mujeres Sáliva son bravas”. Fueron tantos los comentarios burlones que me dio mucho susto y decidí quedarme sola en el hato. Todos me decían que era una burla, que no creyera en esas cosas, que fuera tranquila, pero decidí quedarme y perderme el partido, porque no quería enfrentarme a una situación incómoda o a una escena de celos y menos con una mujer indígena de armas tomar. Como era de esperarse mi decisión aumento las burlas y cuando regresaron de ver el partido todo fue a peor.


"Porremono" con su sombrero.
“Le mandaron saludos a la guata” decían unos. “Que tenga cuidado en la noche que van a venir a buscarla”, decían otros. “Que por qué no dio la cara”, gritaban. “Que tenga cuidado al salir del hato que la van a estar esperando en la carretera”, me decían. Y así, entre comentarios burlones y risas sarcásticas transcurrió la tarde del domingo. 


El lunes siguiente ya salíamos del hato regreso a Yopal, y al pasar por la reserva indígena yo sólo me tapaba el rostro con el poncho muerta del susto, pensando que entre risas algo de cierto podían llegar a tener esos comentarios; como era de esperarse nada de eso sucedió realmente, tan solo querían burlarse y pasar un buen rato a costa de la inocencia de esta guata que todo se lo cree.


Al final “Porremono” quedó con mi primer sombrero llanero y yo con su sombrero lleno de historias, aventuras y tradiciones, hoy ese sombrero lo guardo como uno de los tesoros más valiosos que me llevé del llano y espero que “Porremono” aun continúe con su mujer y con mi sombrero bien puesto impregnándolo de llano, de nuevas aventuras e historias. Yo seguiré contándole a todos con mucho cariño y una gran sonrisa en el rostro la historia de mi sombrero.



martes, 5 de mayo de 2020

UNA EXPERIENCIA DE TRABAJO DE LLANO EN EL HATO LA CHARANGA EN OROCUÉ.


Los llanos orientales de Colombia se han caracterizado por ser territorios dedicados a la ganadería extensiva, que es contar con el territorio suficiente para la cría en libertad de ganado vacuno. Antiguamente en Casanare se manejaba ganado criollo de la raza “casanareño”, que tenía características de adaptación especiales para la sabana inundable. El territorio para la ganadería extensiva debía contar con grandes extensiones de sabana con pastos naturales y fuentes de agua que permitieran la cría y el levante de estos animales para su posterior comercialización.

Vaqueros llevando el ganado para el trabajo de llano. Foto: Lucía Córdoba Prieto

Hace más de 100 años en los llanos la tierra no tenía valor, el valor lo daba el ganado bovino. La medición que hacían era que a cada res le correspondía una hectárea de tierra, por tanto, la tenencia de la tierra estaba dada por el primero que marcara la oreja y pusiera el hierro caliente con su símbolo en el muslo de la res o del caballo, (cada hato o familia tiene un símbolo característico con el que marcan su ganado).

Ganado del Hato La Charanga en Orocué.
Foto: Lucía Córdoba
El control se ejercía bajo la conocida “Ley del llano” que era algo así como un acuerdo que realizaron los llaneros antiguos para hacerse dueños del ganado libre de marcas que se encontraba en las sabanas y que no pertenecían a nadie. Este tipo de ganado lo llamaban “cachilapos” y el primero que los enlazara y los marcaba se quedaba con el animal y la tierra que le correspondía; fue así que se fueron formando los hatos ganaderos. Un hato es una extensión de tierra que tiene más de mil cabezas de ganado y por ende más de 1000 hectáreas de tierra.

Para esa época se formaron hatos de hasta 300 mil hectáreas, por lo que controlar, marcar y vacunar el ganado conllevaba un trabajo de meses que consistía en recoger todas las reses que pastaban en la sabana una o dos veces al año. Teniendo en cuenta que el número de animales podía ser de hasta 250 mil cabezas, se contrataban vaqueros que debían moverse por todo el territorio arriando el ganado hasta los embarcaderos de los hatos para realizar las labores correspondientes a la ganadería; estas travesías podían durar meses y debían enfrentarse a diferentes retos a lomo de un caballo.

¿Recuerdan la historia de la familia Zambrano? Para los años 1920 el primer Gerardo era uno de los terratenientes y ganaderos más reconocidos de la época ya que poseía grandes extensiones de tierra que iban desde el municipio de Nunchía hasta Orocué y movilizaba ganado por toda esa zona con sus llaneros. En una entrada anterior de este blog hablamos del hato “El Encanto” en el municipio de San Luis de Palenque; hoy hablaremos del hato “La Charanga”, situado en el municipio de Orocué en Casanare. Ésta es la tierra de la gran obra literaria “La Vorágine”, de José Eustacio Ribera y también la cuna de la tradición oral del llano, donde muchas de las leyendas y mitos llaneros se originaron.

Mapa del territorio Zambranero en el año 1920, por donde debían cruzar los vaqueros con el ganado.

El hato “La Charanga” fue adquirido por el primer Gerardo Zambrano “El Fundador”. Él decidió comprar las tierras del río Duya en la época en la que estalla la primera guerra mundial; en esa época vivían muchos europeos en la zona del Duya que se dedicaban al comercio de plumas, animales, caucho y sarrapio.

Llanero del trabajo de llano del
Hato La Charanga.




En ese momento a todos los alemanes que permanecían en otros países les llamaron para combatir por su país en la guerra; esto permitió que las tierras que ocupaban en Casanare fueran vendidas a bajo costo y don Gerardo aprovechó la situación y adquirió esas tierras aumentando su territorio.

La Charanga, nombre que recibe el predio desde la tenencia del alemán, abarcaba un territorio de más de 40 mil hectáreas en lo que hoy es la reserva indígena Sáliva de San Juanito, la vereda La Esmeralda Oriental y la laguna de Paravare hasta las costas del río Meta en Orocué. 

Este hato se componía de 3 fundos y la casa principal (un fundo es una subdivisión de un hato). Uno de los fundos era también llamado “El Encanto”, que quedaba sobre las orillas del río Meta, el otro “Morrocotas”, cerca del río Duya, que desemboca en el río Meta y por último el fundo “Buena Vista” que es donde inician los límites con el hato “La Guarda”.

Esos fundos se conservaron hasta que el primer Gerardo decide entregar parte del territorio de “El Encanto” a su hijo natural Alberto Burgos, quien manejó sus tierras de manera separada al resto. En el año 1992, cuando el primer Gerardo fallece, se divide el resto de los fundos en 6 predios que fueron entregados a los 6 hijos restantes. De estos predios aún se conservan como tierras “zambraneras” el hato “Buena Vista”, el hato “Los Sarrapios”, que hereda la señora Carmen Mariela Zambrano, el hato “La Palmita”, que es el predio de la señora Marta Zambrano y por último el hato “La Charanga”, que le fue entregado al segundo Gerardo de la familia Zambrano, don Gerardo Zambrano Guío “El Patriarca”, y que aún conserva la casa original.

Aunque la mayoría de herederos aún vive, el manejo de estos predios lo realizan sus hijos. Tal es el caso de “Los Sarrapios”, que lo maneja don Juan Carlos Vargas, hijo de la señora Carmen Mariela Zambrano y “La Charanga”, que la maneja el tercer Gerardo, don Carlos Gerardo Zambrano, el hijo del “Patriarca”.

Llanero Sáliva del trabajo de llano
del 
Hato La Charanga.


En estos hatos aún se realiza el trabajo de llano como se realizaba en épocas antiguas. Los vaqueros, llaneros e indígenas Sálivas que actualmente realizan los trabajos ganaderos son los descendientes de las familias que trabajaron para el primer Gerardo y adquirieron los conocimientos del llano de sus padres y abuelos.

Las tierras “Zambraneras” de Orocué, a diferencia con los predios de “El Encanto de Guanapalo”, en San Luis de Palenque, guardan aún la esencia del llano antiguo. Tanto la casa del hato principal como los pastos y tipo de ganado marcan la diferencia. Pero llegar allí es complicado. Desde Yopal (capital de Casanare), son 3 horas por carretera pavimentada y casi 6 horas más de camino por una carretera sin asfaltar. Antes de llegar a Orocué se encuentra a mano derecha un desvío de la carretera principal que transcurre entre los resguardos indígenas y en el que se pueden observar unos paisajes increíbles. Allí, en el hato “La Charanga”, fue donde tuve la fortuna de presenciar un trabajo de llano real, de esos que se hacían hace 100 años y donde conocí llaneros pata al suelo e indígenas Sáliva como sacados de una película de época.

Cuando llegué los llaneros ya llevaban unos cuantos días en la sabana recogiendo el ganado. Los días de recogida del ganado dependen de la cantidad de animales, de lo bravos que son y de lo mañosas que pueden ser las reses, ya que muchas se esconden entre las matas de monte siendo muy difícil dominarlas para unirlas a las demás; el ganado de Orocué es difícil ya que aún guardan el cruce con la raza criolla Casanareña y a diferencia de otros hatos a estos animales no se les topizan o liman los cachos.  

Al llegar a la casa  solo estaban las mujeres de la casa preparando la comida y la bebida para los vaqueros que llegarían con el ganado, casi 7 mil reses de todos los predios Zambraneros de Orocué.

Me recibió Marleny o “La Negrita”, como le decimos cariñosamente, con un delicioso café cerrero; ella es la esposa del mensual del hato “La Charanga” y quien se encarga del cuidado de la casa, de la comida en general, del cuidado de 3 hijos maravillosos y también se le mide a otras labores de llano como inmovilizar cachilapos, marcar y limpiar el ganado; una llanera en todo el sentido de la palabra.

La Guata del Pauto y Marleny "La Negrita" en la casa del Hato La Charanga. 






















La labor de las mujeres es muy importante para las jornadas de trabajo, ya que la gastronomía es fundamental puesto que deben alimentar a más de 40 personas en turnos de mañana, tarde y noche para que puedan mantener la fuerza suficiente, para realizar las labores de la ganadería que requieren de mucha energía. Son unas verdaderas “chef’s” y conocen a la perfección los cortes de la carne de res, del marrano cerrero o los peces de río; saben los platos que pueden preparar con cada una de ellos según el momento del trabajo de llano en el que se encuentren, y absolutamente nada les queda mal, su comida es una verdadera delicia.
Llaneros con el ganado en el corral para iniciar el trabajo
de llano. Foto: Lucía Córdoba.


La llegada de los vaqueros con el ganado es todo un espectáculo, llegan en sus caballos guiando a cientos de reses hasta el corral donde los dividen por potreros; las vacas a un lado, los mautes,  que son animales de 1 o 2 años con un peso aproximado de 100 a 200 kg, en otro, los toros de reproducción y los becerros en otros potreros diferentes. Igualmente, los llaneros se dividen por cuadrillas, también por potreros y se encargan de revisar a los animales.

En cada uno de los potreros se identifican a las hembras preñadas, a los mautes que deben ser castrados para el engorde, a los que van para cría y se eligen a los próximos reproductores.  Identifican entre los becerros a los cachilapos y los separan de los que ya están marcados, las reses que se encuentran enfermas o con fracturas se llevan a un potrero diferente cerca a la casa del hato y allí son vigilados y tratados por los veterinarios.

Don Eugenio rezando el ganado.
Foto: Lucía Córdoba

En algunos casos los llaneros más sabios o los indígenas los rezan mirándolos fijamente y entonando una oración de sanación. Este rezo es bien particular. Tuve la oportunidad de ver como lo hacía “Porremono”, un indígena Sáliva que trabaja como  vaquero en los trabajos de llano en los hatos Zambraneros de Orocué. Nunca supe su nombre real (y eso que tuvimos nuestra historia con un sombrero, historia que contaré en la próxima entrada); al parecer dentro de la “ley del llano” hay un capítulo dedicado a los apodos y al arte de burlarse de sí mismos sin entrar en contradicciones y ofensas, siempre  lo hacen con cariño; todos los llaneros tienen un apodo y es por el que se les conoce y en muchas ocasiones con el que se presentan, de todos los llaneros que conocí a muchos nunca les supe el nombre real.

"Porremono" en el corral de trabajo de llano.
Foto: Lucía Córdoba




A “Porremono” lo llamaban así porque tenía la porra (la cabeza) como la de un mono; a otro lo llamaban “Chapo” por ser un hombre bajo. Otros ejemplos son “El Loco”, “El Pato” (por caminar cojo),” Careñame”, por ser blanco como la yuca. El más trágico que alguna vez escuché es el apodo de “Neguvón” porque alguna vez el llanero en cuestión intentó suicidarse por un mal de amores tomando Neguvón, que es un medicamento antiparasitario para el ganado.

Al caer el sol se termina la identificación y separación de los animales que quedan en los potreros durante la noche; las mujeres y los hombres se retiran a la casa del hato a cenar mientras cuentan sus historias del día, ríen y se hacen chistes entre ellos. Antes de irse a dormir se toman su guarapito (bebida alcohólica artesanal hecha con panela), contando historias de miedo entre mitos y leyendas, y cantan canciones llaneras acompañadas del sonido de las cuerdas de un cuatro. Todo un momento inolvidable para una guata como yo.

Al siguiente día la levantada es bien temprano en la mañana.  Sobre las 4 a.m. los trabajadores tan sólo se toman un tinto bien cargado y unas arepuelas, aperan sus caballos, los montan y salen como siempre “pata al suelo” hacia el corral a iniciar la jornada más larga y difícil de todas. En esta ocasión yo los acompaño con mis botas de caucho pantaneras y disfrazada de llanera (camisa a cuadros, poncho y sombrero). Mi “palco” era el VIP sobre las maderas al final de la manga principal, que era el mejor lugar para hacerles foto y ver en primer plano todas las actividades de la jornada. Lo que yo no sabía era lo peligroso del lugar que había escogido y por eso los llaneros se sonreían entre ellos al verme sentada ahí, pero yo me sentía como la más llanera de todos.

Llanero aperando su caballo para iniciar la jornada de trabajo de llano. Foto: Lucía Córdoba.
Por potreros van llevando el ganado al coso o embarcadero donde las reses esperan antes de entrar a la manga o embudo. En la manga los llaneros se organizan del siguiente modo: Dos son encargados del paso de los animales, otros dos son los tranqueros, que son los encargados de trancar o retener al animal con palos gruesos por delante y por des. Una vez inmovilizado otros 3 llaneros se encargan de bañar al animal con un líquido antiparasitario y vacunarlo; el animal recibe 2 ó 3 pinchazos de jeringuillas llenas de vacunas dependiendo de si es hembra o macho. Según la vacuna suministrada hacen un corte o ponen una marca en la oreja de la res para poder identificar que ya la recibió y sale nuevamente a la libertad. Esta operación no dura más de 7 a 8 minutos por animal, que pueden ser muy peligrosos dependiendo del tamaño y agresividad de la res.

Mautes pasando por la manga de vacunación.
Foto: Lucía Córdoba


La jornada la iniciaron con los mautes más pequeños, por lo cual el espectáculo era más llevadero. Sin embargo, cuando tocó el turno de los toros reproductores, el día se tornó más peligroso, sobre todo en el lugar VIP en el que esta guata se encontraba. En cuestión de minutos vi sobresalir desde el otro extremo de la manga el lomo de dos toros gigantes y los cachos puntudos y afilados que se salían de la parte alta de las maderas. Estos animales agitados y estresados se movían salvajemente dentro de la manga haciendo que todas las barandillas de madera (en las que yo me encontraba sentada) se movieran bruscamente, impidiéndome tomar fotografías. 

De repente, al mirar hacia atrás encontré uno de esos cachos casi rozando mi espalda, y de un solo salto me lancé al corral sin percatarme de que las reses que allí se encontraban eran las que acababan de vacunar, por lo que no se encontraban de muy buen humor. Como pude corrí hacia uno de los huecos que se forman entre las maderas del corral y logré salir sin una bota (la otra se quedó enterrada en la barro), blanca como una hoja, sudando a chorros y con un temblor en todo el cuerpo que no podía controlar.





La guata tomándose selfies edurante el trabajo
de llano desde las tablas de la manga.

Como era de esperarse, los llaneros me miraban con el rabillo de los ojos y se sonreían; yo, muy asustada, ya no volví a subir a la manga y me quede sentadita en las afueras del corral viendo todo desde lejos; una a una fueron pasando las reses por la manga hasta que el sol se ocultó, lo que indica el final de la jornada de trabajo, momento en que nuevamente los trabajadores se retiraron dejando en los potreros al ganado que no había alcanzado a pasar; se dirigieron a la casa del hato a cenar y como de costumbre a contar las anécdotas del día, entre ésas la del susto que se llevó la guata con los toros. Entre risas me decían que no entendían mi reacción con ese vestuario tan llanero que llevaba, que pensaban que era toda una llanera desde que tuve el valor de sentarme en ese lado de la manga y que me faltaba el cuchillo en el cinto para defenderme de las bestias.

Vaqueros posando para la foto.



Al siguiente día de nuevo a las 4 a.m. nos dispusimos todos a volver al corral a terminar el trabajo del día anterior. Don Eugenio, el capataz del hato, me estaba buscando para pedirme el favor de tomarles a los trabajadores una foto en el corral de los caballos. Los que quisieron tomarse la foto se arreglaron y posaron para la cámara al frente de sus compañeros equinos; estaban felices con el hecho de que alguien les tomara fotos en pleno trabajo de llano, así que ese día estuvieron más posudos que nunca y capturé con mi cámara las imágenes más bonitas de llaneros que he podido tomar.


Ese día iba a ser diferente. Se terminaría de vacunar a los animales que faltaban, se marcarían con el hierro caliente a los cachilapos y se castrarían los mautes que iban para engorde. Un día que para mí iba a ser difícil, agotador y tormentoso pensando en el dolor y sufrimiento de esos animales, pero ahí estaba, haciéndome la fuerte y en frente del corral con mi cámara fotográfica.

Marcada de cachilapos con el hierro ardiente. Fotos: Lucía Córdoba.
Al finalizar la vacunación, llevaron a los becerros a un potrero junto al corral. Éstos mugían mucho ya que los habían separado de sus madres; iba a ser por muy poco tiempo, aunque ellos no lo sabían. A un lado del corral ardía la leña con la que calentaban el hierro, y de cinco en cinco iban entrando al corral. Dos llaneros cogían a cada cachilapo, uno de la cola y el otro de la cabeza, y una vez lograban controlarlo (que no era fácil), torcían suavemente su cabeza hasta que el becerro perdía el equilibrio y caía al suelo; entonces uno de los llaneros se sentó encima para inmovilizarlo y el otro corrió a recoger el hierro ardiendo y se lo puso en el cuero firme de su cadera. El becerro mugía, pero más que de dolor, por la angustia de no entender lo que le estaba pasando. Una vez marcado, en seguida pusieron un ungüento cicatrizante sobre la herida. El momento más peligroso es cuando se ha de soltar al animal, ya que éste está incómodo y molesto. Entre los dos llaneros lo levantaron de cola y cabeza y lo sacaron del corral dejándolo en libertad para que corriera en busca de su madre, con su marca en forma de rosa que es la forma del hierro de la familia Zambrano.


Vaqueros llevando al becerro ya marcado a la libertad. Foto: Lucía Córdoba.
En esta operación Gerardo Esteban Orjuela Zambrano es todo un maestro. Él es el cuarto Gerardo de la familia Zambrano, uno de los nietos preferidos del segundo Gerardo, veterinario de profesión y el encargado de la sanidad animal en los hatos; a mi parecer el más llanero de la familia actual, de todos es el único que anda pata al suelo como los demás trabajadores.


Gerardo Esteban Orjuela, el cuarto Gerardo con su caballo.
Foto: Lucía Córdoba Prieto
La marcación con el hierro no dura más de 10 minutos por becerro y les ocurre una sola vez en su vida. Si no se marcaran quedarían como cachilapos y como presa fácil para los delincuentes que se dedican al abigeato (robo de ganado) y su futuro podría ser toda una tortura. Aunque existe mucha polémica actualmente por el uso de la marcación con hierros calientes, es una tradición que cuenta la historia de un pueblo; yo que soy animalista y estoy en contra del maltrato animal, puedo dar fe que en estas jornadas lo primero es el bienestar de la res. Tal vez sufren por diez minutos, pero tienen toda una vida de libertad corriendo y pastando por sabanas naturales, tomando agua limpia y siendo la parte principal del paisaje de las sabanas inundables.

Ganado Vacunado, bañado, desinfectado
después del trabajo de llano.

Algunos de ellos después de haber vivido una vida feliz y en libertad terminarán siendo el alimento de otros. Como todo en la naturaleza, el ciclo normal de la vida, lo que conocemos como la cadena alimenticia. Lo importante de todo esto es que la ganadería extensiva que se realiza en los llanos orientales de Colombia ha sido y es un factor clave para la salvaguarda y conservación del material genético de plantas y animales de la Orinoquía. Varios estudios concluyen que es una práctica que permite la conservación de ecosistemas muy importantes para el país y demuestran que la ganadería sí puede realizarse de manera sostenible compartiendo el territorio con las demás especies animales y vegetales.

Cuando coma carne de res pregúntese ¿De dónde viene?, ¿Qué vida llevó ese animal?, ¿Cómo fue criado? Y si ésta proviene del Casanare, del Arauca, del Vichada o del llano adentro del Meta, esté seguro de que está comiendo carne de un animal que fue libre y feliz. Alimentado con pastos naturales y aguas limpias, que su vida permitió la conservación de especies de fauna silvestre y la preservación de ecosistemas como el de la sabana inundable que le aporta un alto contenido de oxígeno al planeta.



Las tradiciones culturales son un valor inconmensurable con la que cuenta nuestro país; somos afortunados de conservar con estas tradiciones no sólo la biodiversidad sino la historia de nuestras raíces.

Foto con todos los vaqueros que participaron del trabajo de llano en el Hato La Charanga.